Al terminar el Bachillerato en la Universidad Austral de Valdivia tenía dos alternativas: leyes o pedagogía en su dimensión instrucción pública. Ambas disciplinas regulan en cierta medida el orden social y establecen normas y comportamientos a seguir. La educación pública forma al ciudadano que el estado necesita y la ley regula de alguna manera un orden, establece el espacio y los límites de su desenvolvimiento personal y público.
A tres décadas de haber ejercido el magisterio en las ciudades de Valdivia y Osorno acepté un desafío pedagógico bastante peculiar en Berlín: fui contratada para ir como profesora adjunta en un viaje de estudios durante una semana con la clase 10c del renombrado Leibniz Gymnasium, localizado en el legendario barrio de Kreuzberg en Berlín.
El viaje a bordo del velero de tres mástiles Loth Loriën durante una semana; fue elección de los estudiantes y tuvieron que hacer uso de mucha fantasía para recaudar fondos para financiar la aventura. El viaje superaba con creces el presupuesto de un paseo de curso normal (Klassenfahrt) y por este motivo muchos padres no estaban muy de acuerdo. Por iniciativa propia los estudiantes efectuaron colectas por las tiendas del barrio, organizaron mercados de pulgas y actividades recreativas en el colegio para aportar fondos para el viaje.
Mi contrato estipulaba ayudar a cuidar a los 31 estudiantes y organizar la logística de la cocina durante el viaje. Es decir, coordinar que cada turno preparara el desayuno, cocinara para 35 personas dos veces al día, lavara la vajilla y todos los artefactos utilizados. Todo un desafío. Los respectivos turnos cocinaron unos menús bastante exóticos en las versiones normal, vegetariano y vegano y como se dice en alemán “alles hat prima geschmeckt” (todo supo estupendo).
Navegamos bajo bandera holandesa desde Kiel, Alemania, pasando por los puertos de Sonderburg, Lyø, Marstal, Eckenförde para regresar otra vez a Kiel. Zarpábamos diariamente temprano y arribábamos al atardecer a puerto conforme al viento. Dormíamos y comíamos en el barco. La limpieza corría por parejo y las tareas de navegación también: limpiar la cubierta con cepillo, izar y bajar las velas diariamente, manejar el timón, etc.
Los objetivos del viaje eran principalmente conocer los principios básicos de la navegación, aprender a manejar la autonomía y socializar. Departir con el grupo curso no es usual. Los grupos son muy cerrados y las diferencias en este colegio se establecen a nivel intelectual, musical o deportivo. Requisito para ser estudiante de este liceo público es saber tocar un instrumento musical, además de un nivel de rendimiento de excelencia.
El profesor jefe del curso, Master en Física y Doctor en Filosofía, optó por el Magisterio por razones económicas. El sueldo es espectacularmente bueno. La vocación pedagógica es algo que en estos tiempos en Alemania se mide definitivamente durante el ejercicio de la profesión. Quien no tiene dedos para el piano el sistema lo detecta inmediatemente como error y antes de arriesgar un producto fallado por un error en el sistema se elimina la causa y eso ocurre durante el Refrendariat (práctica profesional). Dr. Preuß le hace honor a su nombre. Es muy prusiano en su estructura, con una genialidad poco usual para relacionarse con sus alumnos. Por ejemplo se compró un dron para filmar el viaje desde el aire y los estudiantes podían usarlo también. Maneja un principio de autoridad que le permite ser permisivo sin caer en el laissez faire. Por ejemplo, no había hora oficial para acostarse, pero todos tenían que salir tempranito de sus sacos de dormir. En general primaba una libertad de acción a bordo con la exigencia de cumplir con las respectivas obligaciones correspondientes al día y el respeto a las reglas de seguridad. Las principales eran la absoluta abstinencia de alcohol, cigarros y estupefacientes, incluidos los profesores, y no abandonar el barco durante la noche en los puertos.
Tengo que reconocer que una de las razones que me llevaron a aceptar la oferta fue en primera instancia la posibilidad de navegar en un velero de tres mástiles y así desempolvar mi licencia de patrón de yate de bahía obtenida en la gobernación marítima de Valdivia en el siglo pasado.
La segunda razón fue la posibilidad de poder compatir de cerca con adolescentes de la generación millennial.
Desde la perspectiva de la filosofía natural estoy analizando algunos de los problemas que están afectando a dicha generación: propensión al suicidio, personalidades bipolares, tendencia a la depresión e.o. La relación entre los trastornos de personalidad y los modelos de formación personal y sistemas de instrucción pública constituye uno de los ejes centrales del análisis. Un amiga hizo un afirmación que me dejó “algo pa’ dentro”:
Nosotros somos la última generación que le tuvo miedo a sus padres y la primera que le tiene miedo a sus hijos.
Sostengo la tesis de que estos problemas requieren un análisis que va más allá de la dimensión psiquiátrica y/o orgánica.
Los sistemas de educación están algo desfasados. Es necesario establecer límites y fronteras por un lado, pero espacios de libertad individual también son necesarios para garantizar el óptimo desarrollo. La falta de autonomía en el desarrollo personal es un tema. El objetivo en la formación debe apuntar a fortalecer habilidades en vez de imponer patrones de conducta por la razón o la fuerza.
Observé, con toda la atención que me permitía una mirada que debía ser discreta, el comportamiento de estos 31 estudiantes tan diferentes entre sí y a la vez tan iguales en su dimensión humana. No son tan distintos a nosotros a esa edad. Bailan, ríen, lloran, cantan, escuchan música a todo volumen, conversan y/o juegan toda la noche y prueban la agilidad de sus cuerpos y se atreven a enfrentar desafíos.
La experiencia de estar en un barco es única y el espacio marítimo tiene sus propias leyes. Cocinar por turnos diarios en un espacio reducido en constante movimiento; dormir en unas Kajüten que parecían nichos de catacumbas; ducharse con una cantidad muy reducida de agua; controlar el estómago, etc. El primer día nos tocó un mar algo movido y muchos dejaron sus estómagos por la borda. La tecnología pasó a segundo plano dando paso a una intercomunicación hija de la solidaridad con los afectados por el mareo.
“En la cancha se ven los gallos” y estos chicos lo demostraron. En cinco días aprendieron lo que otros no aprenden en toda una vida. Trabajaron, se recrearon, navegaron y por sobre todo se tomaron en cuenta. Fueron solidarios, responsables y activos sin imposición, sino por convicción.